Solo una mente absurda
piensa en términos geográficos.
Solo una mente anacrónica
piensa en saltos y en atajos.
Un muro no es más que un tiro
Bala de imposición, arrebato
Un muro es un desquiciado
y conservar,
un atraso.
Quiero romper tu violencia
Quiero ultrajar tus engaños
No quiero entender esa mente
Quiero encenderla y cambiarlo
Tengo miedo.
Tengo miedos.
Hay en mí a la indiferencia.
Miedo a la incertidumbre.
Pero más y del más profundo
a la aceptación, al no-abuso.
Hay
Miedo al peso de las palabras obesas y de tanto,
hasta lo liviano tiembla,
¿Que teme?,
¿desaparecer?,
¿o teme más la vergüenza?
Miedo al miedo.
Miedo a convencerme de ser animal de costumbre.
Miedo a que el tiempo lo cure todo.
Miedo a la depresión y a la angustia.
Miedo a los fenómenos de masa.
Miedo al miedo, sobre todas las cosas.
Y más a que el miedo se transforme en bálsamo.
Miedo que subestima y penetra.
Vidas permeables.
Miedo al miedo.
Y pesa, como mil piedras
Pecha el pecho y vacía el verso,
Rompe rostros, mata manos
El pensamiento peca y aniquila al acto
Muerte al muro, que es el miedo.
Muerte al muro y llave al llanto
miércoles, 11 de agosto de 2010
martes, 10 de agosto de 2010
Soma
Hemos perdido la capacidad, hermanos mortales,
de contemplarla sencillamente.
de disfrutarla,
y de describirla.
El otoño como la muerte.
Milagrosa muerte, que es también parte de la vida,
pero nos hemos empeñado en eliminar uno de los términos de la polaridad.
Como si la vida pudiera recortarse.
Y en un abrir y cerrar de ojos ya no producen dolor, ya no despiertan nada.
Pero los fieles tenían razón,
algo se esconde al final de los vasos,
algo, que me deja inerte al descubrirlo.
Como si el líquido que de ellos bebiera,
fuera mi vida, y se va acabando.
Prefiero no terminármelo, no descubrirme en el reflejo.
Que perdure mi vida en esta pausa
Y disfrutar el después en otro rato.
Otro rato impuro.
Otro rato de nadas.
De oscuros sin grises
y tan de todos como de sin sentido.
¿Y entonces?
Entonces, si.
Vuelve entonces una música musa,
y un beso entre cuerdas de guitarra.
Y entre labios, las bocas fresas,
los dientes blancos
muerden, pero también aman.
Y nada tienen que ver ni con el fondo ni con el filo de los vasos.
Ahora es otra el agua que corre,
es otro el candor,
es otra la cálida poesía.
¿Y entonces?
Entonces si, nos queda algo.
Palabras tan simples como amor o genocidio
Palabras como hogar y como hospicio.
No hay más palabras rimbombantes como rimbombante.
Porque a fin de cuentas, solo me encanta el color de las hojas.
Diferentes tonos sobre los árboles.
Tonos de otoño,
Tonos de muerte
Que es tan muerte,
Como la vida.
de contemplarla sencillamente.
de disfrutarla,
y de describirla.
El otoño como la muerte.
Milagrosa muerte, que es también parte de la vida,
pero nos hemos empeñado en eliminar uno de los términos de la polaridad.
Como si la vida pudiera recortarse.
Y en un abrir y cerrar de ojos ya no producen dolor, ya no despiertan nada.
Pero los fieles tenían razón,
algo se esconde al final de los vasos,
algo, que me deja inerte al descubrirlo.
Como si el líquido que de ellos bebiera,
fuera mi vida, y se va acabando.
Prefiero no terminármelo, no descubrirme en el reflejo.
Que perdure mi vida en esta pausa
Y disfrutar el después en otro rato.
Otro rato impuro.
Otro rato de nadas.
De oscuros sin grises
y tan de todos como de sin sentido.
¿Y entonces?
Entonces, si.
Vuelve entonces una música musa,
y un beso entre cuerdas de guitarra.
Y entre labios, las bocas fresas,
los dientes blancos
muerden, pero también aman.
Y nada tienen que ver ni con el fondo ni con el filo de los vasos.
Ahora es otra el agua que corre,
es otro el candor,
es otra la cálida poesía.
¿Y entonces?
Entonces si, nos queda algo.
Palabras tan simples como amor o genocidio
Palabras como hogar y como hospicio.
No hay más palabras rimbombantes como rimbombante.
Porque a fin de cuentas, solo me encanta el color de las hojas.
Diferentes tonos sobre los árboles.
Tonos de otoño,
Tonos de muerte
Que es tan muerte,
Como la vida.
Carta abierta a "La púa" de Oliverio Girondo
Querido Evar:
Un libro -y sobre todo un libro de poemas- debe justificarse por sí mismo, sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen. [...]
¡Qué quieren ustedes!... A veces los nervios se destemplan. Se pierde el coraje de continuar sin hacer nada... ¡Cansancio de nunca estar cansado! Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda.
Lo que sucede entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma en oficio. Sentimos pudores de preñez. Nos ruborizamos si alguien nos mira la cabeza. Y lo que es más terrible aún, sin que nos demos cuenta, el oficio termina por interesarnos y es inútil que nos digamos: "Yo no quiero optar, porque optar es osificarse. Yo no quiero tener una actitud, porque todas las actitudes son estúpidas... hasta aquella de no tener ninguna"...
Irremediablemente terminamos por escribir: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.
¿Voluptuosidad de humillarnos ante nuestros propios ojos? ¿Encariñamiento con lo que despreciamos? No lo sé.
El hecho es que en lugar de decidir su cremación, condescendemos en enterrar el manuscrito en un cajón de nuestro escritorio, hasta que un buen día, cuando menos podíamos preverlo, comienzan a salir interrogantes por el ojo de la cerradura.
¿Un éxito eventual sería capaz de convencernos de nuestra mediocridad? ¿No tendremos una dosis suficiente de estupidez, como para ser admirados?... Hasta que uno contesta a la insinuación de algún amigo: "¿Para qué publicar? Ustedes no lo necesitan para estimarme, los demás...", pero como el amigo resulta ser apocalíptico e inexorable, nos replica: "Porque es necesario declararle como tú le has declarado la guerra a la levita, que en nuestro país lleva a todas partes; a la levita con que se escribe en España, cuando no se escribe de golilla, de sotana o en mangas de camisa. Porque es imprescindible tener fe, como tú tienes fe, en nuestra fonética, desde que fuimos nosotros, los americanos, quienes hemos oxigenado el castellano, haciéndolo un idioma respirable, un idioma que puede usarse cotidianamente y escribirse de «americana», con la «americana» nuestra de todos los días..." Y yo me ruborizo un poco al pensar que acaso tenga fe en nuestra fonética y que nuestra fonética acaso sea tan mal educada como para tener siempre razón... y me quedo pensado en nuestra patria que tiene la imparcialidad de un cuarto de hotel, y me ruborizo un poco al constatar lo difícil que es apegarse a los cuartos de hotel.¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores publican 1.071% veces más de lo que debieran publicar?... Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y de pensar. ¡Prueba de existencia!Lo cotidiano, sin embargo, ¿no es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo? Y cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura? ¿Por qué no ser pueriles, ya que sentimos el cansancio de repetir los gestos de los que hace 70 siglos están bajo la tierra? Y ¿cuál sería la razón de no admitir cualquier probabilidad de rejuvenecimiento? ¿No podríamos atribuirle, por ejemplo, todas las responsabilidades a un fetiche perfecto y omnisciente, y tener fe en la plegaria o en la blasfemia, en el albur de un aburrimiento paradisíaco o en la voluptuosidad de condenarnos? ¿Qué nos impediría usar de las virtudes y de los vicios como si fueran ropa limpia, convenir en que el amor no es un narcótico para el uso exclusivo de los imbéciles y ser capaces de pasar junto a la felicidad haciéndonos los distraídos? Yo, al menos, en mi simpatía por lo contradictorio -sinónimo de vida- no renuncio ni a mi derecho de renunciar, y tiro mis Veinte poemas, como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto.
Un libro -y sobre todo un libro de poemas- debe justificarse por sí mismo, sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen. [...]
¡Qué quieren ustedes!... A veces los nervios se destemplan. Se pierde el coraje de continuar sin hacer nada... ¡Cansancio de nunca estar cansado! Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda.
Lo que sucede entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma en oficio. Sentimos pudores de preñez. Nos ruborizamos si alguien nos mira la cabeza. Y lo que es más terrible aún, sin que nos demos cuenta, el oficio termina por interesarnos y es inútil que nos digamos: "Yo no quiero optar, porque optar es osificarse. Yo no quiero tener una actitud, porque todas las actitudes son estúpidas... hasta aquella de no tener ninguna"...
Irremediablemente terminamos por escribir: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.
¿Voluptuosidad de humillarnos ante nuestros propios ojos? ¿Encariñamiento con lo que despreciamos? No lo sé.
El hecho es que en lugar de decidir su cremación, condescendemos en enterrar el manuscrito en un cajón de nuestro escritorio, hasta que un buen día, cuando menos podíamos preverlo, comienzan a salir interrogantes por el ojo de la cerradura.
¿Un éxito eventual sería capaz de convencernos de nuestra mediocridad? ¿No tendremos una dosis suficiente de estupidez, como para ser admirados?... Hasta que uno contesta a la insinuación de algún amigo: "¿Para qué publicar? Ustedes no lo necesitan para estimarme, los demás...", pero como el amigo resulta ser apocalíptico e inexorable, nos replica: "Porque es necesario declararle como tú le has declarado la guerra a la levita, que en nuestro país lleva a todas partes; a la levita con que se escribe en España, cuando no se escribe de golilla, de sotana o en mangas de camisa. Porque es imprescindible tener fe, como tú tienes fe, en nuestra fonética, desde que fuimos nosotros, los americanos, quienes hemos oxigenado el castellano, haciéndolo un idioma respirable, un idioma que puede usarse cotidianamente y escribirse de «americana», con la «americana» nuestra de todos los días..." Y yo me ruborizo un poco al pensar que acaso tenga fe en nuestra fonética y que nuestra fonética acaso sea tan mal educada como para tener siempre razón... y me quedo pensado en nuestra patria que tiene la imparcialidad de un cuarto de hotel, y me ruborizo un poco al constatar lo difícil que es apegarse a los cuartos de hotel.¿Publicar? ¿Publicar cuando hasta los mejores publican 1.071% veces más de lo que debieran publicar?... Yo no tengo, ni deseo tener, sangre de estatua. Yo no pretendo sufrir la humillación de los gorriones. Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y de pensar. ¡Prueba de existencia!Lo cotidiano, sin embargo, ¿no es una manifestación admirable y modesta de lo absurdo? Y cortar las amarras lógicas, ¿no implica la única y verdadera posibilidad de aventura? ¿Por qué no ser pueriles, ya que sentimos el cansancio de repetir los gestos de los que hace 70 siglos están bajo la tierra? Y ¿cuál sería la razón de no admitir cualquier probabilidad de rejuvenecimiento? ¿No podríamos atribuirle, por ejemplo, todas las responsabilidades a un fetiche perfecto y omnisciente, y tener fe en la plegaria o en la blasfemia, en el albur de un aburrimiento paradisíaco o en la voluptuosidad de condenarnos? ¿Qué nos impediría usar de las virtudes y de los vicios como si fueran ropa limpia, convenir en que el amor no es un narcótico para el uso exclusivo de los imbéciles y ser capaces de pasar junto a la felicidad haciéndonos los distraídos? Yo, al menos, en mi simpatía por lo contradictorio -sinónimo de vida- no renuncio ni a mi derecho de renunciar, y tiro mis Veinte poemas, como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto.
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